¿Ya le pediste permiso a tus papás?
Siempre me ha interesado los comportamientos de los adultos en relación a su infancia, he escuchado adultos que lamentan las carencias en formación y trato que tuvieron en su niñez y adolescencia, algunos dicen que les falto disciplina, otros que los controlaban a tal grado que no podían externar opinión y mucho menos tomar decisiones, que todo era pedir permiso para hacer cualquier cosa por irrelevante que fuese, había que pedirles permiso a los papás, de no hacerlo así, habría como consecuencia un regaño o castigo según fuera aquello que la situación a juicio de los padres correspondiera, era un terreno ambiguo, contradictorio y en la mayoría de las veces generaba mucho pesar.
Algunas personas adultas comentan que una mirada del padre o la madre bastaba para no decir nada más adicional en alguna discusión. Así los patrones aprendidos de cómo deberían de ser las cosas y las ideas preconcebidas para atender las propias necesidades y en consecuencia la forma de resolverlas, fueron impuestas por los padres y asimiladas sin análisis y tomadas como verdades absolutas.
Fuera de casa, con los amigos, la dinámica era diferente durante los juegos. Había quien decidía si se jugaba al futbol, tochito, o andar en bicicleta, ese niño (a) era líder de opinión, o bien dueño del balón o la dueña de la muñeca y sus amigos se sujetaban a sus caprichos y deseos. Con estas experiencias fue como se aprendió a tomar decisiones:
-Algunos de ellos demasiado cautos con temores heredados de los padres, ejemplo de ello cuando la mamá o el papá le advierten al “hijo cuidado con los coches”, cuando el chico en cuestión ya tiene los 40 años.
-Por el contrario, vemos otros tomando decisiones de manera despreocupada, sin considerar otros aspectos con posibles consecuencias negativas.
Lo que quiero señalar es tener claridad en la toma de decisiones con esto me refiero a que tanta conciencia tenemos sobre dicho proceso, por un lado, analizamos las situaciones y por el otro se revisa aquello que deseamos lograr, sin embargo, suele suceder que muchas veces esto lo hacemos de forma automática, reactiva e incluso visceral, pensando que ya realizamos un análisis de ello.
Para poder tomar mejores decisiones se hace necesario una mayor proactividad, hacerlo con oportunidad y lo mejor informados que podamos estar, para no descuidar aspectos que nos pueden jugar en contra.
El no tomar decisiones, es de algún modo tomar una decisión. Dejamos campo libre para que otra persona o las circunstancias muevan las fichas en el tablero y entonces probablemente se dé una afectación.
Es como la pareja que está en casa y los dos se quieren complacer, ninguno de los dos toma una decisión por esperar “que el otro exprese sus deseos”. En ese vaivén del diálogo, “lo que tú quieras”, “no mejor lo que tú quieras”, no se llega a ninguna decisión placentera para ambos, dando como resultado sentimiento de frustración por la falta de proactividad.
¿Por qué no se toman decisiones oportunas? Una posible respuesta es simplemente porque no tenemos la costumbre de hacerlo, ya que lleva cierta cuota de responsabilidad el asumir riesgos por simples que sean, para muchas personas la toma de decisiones no está dentro de los comportamientos habituales. Ya sea por sentimientos de temor que no se han superado sobre qué hacer o que no hacer vinculados con ciertos riesgos y/o oportunidades del decisor. Quizá por configuración de experiencias tempranas de niñez y juventud trasladados en creencias de como deberían de ser las cosas en relación con ciertas situaciones y aspectos de carácter y personalidad.
Cuando se toman decisiones no necesariamente se tiene toda la información, por eso habrá que pensar en varios escenarios por si existe la posibilidad de consecuencias no deseadas, esa revisión dará claridad a las situaciones adversas y en caso necesario ser capaces de tener cierto control y manejo de los recursos disponibles para enfrentar esas situaciones, y prevenir problemas indeseables que pudieran surgir. Siempre valorar que, si existe la posibilidad de tener más información sobre el asunto a resolver, será pertinente obtenerla.
Un aspecto que afecta la toma de decisiones es cuando se piensa demasiado por tratar de tener todos los cabos sujetos y hacer de la toma de decisiones algo robusto y seguro, sin embargo, a veces las condiciones para la toma de decisiones están en un registro de oportunidad y no se puede demorar la decisión, aquí aplica el síndrome del zopilote estreñido,” planea y planea, pero nunca obra”. Habrá que pasar de la planeación a la acción.
Lo que habrá que precisar es si queremos hacer mejoras y progresos (proactividad), o simplemente cubrir las necesidades que vayan surgiendo (reactividad).
Si se opta por cambios trascendentes, la toma de decisiones ira aparejada por un análisis proactivo y estratégico. El campo de oportunidad será retar el status quo de las cosas y situaciones. Dicha actitud está inscrita en la posibilidad de todos, cualquiera puede construirse como un agente de cambio.
Si trasladamos dichos conceptos a la empresa en donde se labora, mejorará la toma de decisiones, todos en las empresas tienen ideas de mejora pero pocos las comentan o estructuran como iniciativas estudiadas y fundamentadas para que puedan tener posibilidad y puedan impactar lo que se hace y como se hace. Aprender a tener voz y voto dentro de la empresa es una función importante para el crecimiento y los logros profesionales, estas son las personas visibles dentro de las organizaciones que son tomadas en cuenta por los principales para promociones y proyectos.
Aprender a tomar decisiones de forma proactiva clarificando bien lo que se quiere lograr tomando en cuenta el esfuerzo, tiempo y los recursos que se harán necesarios para lograrlo dará como experiencia empoderamiento personal y resultados que agreguen valor.
Marco S. Stone
Consultor y Coach
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