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¿No le digas que yo te lo dije?

¿Cuántas veces escuchamos esto? desde la relación con los hermanos, primos, amigos, en relaciones románticas e incluso en el trabajo.

Esta frase pareciera tener cierto sentido de algo oculto, siniestro, algo que no debería de estar sucediendo o simplemente pudiera ser manifestado como una oportunidad de “algo que decir”

Las respuestas que esto provoca en el interlocutor son infinitas y todo depende del contenido de la información: sorpresa, curiosidad, angustia, alegría….


¿Qué es lo que motiva a las personas a comentar aquello que no les corresponde? Sentido de poder, privilegio de conocimiento, por quedar bien, por sentirse conocedor de “la verdad”, ociosidad, protagonismo o simplemente porque no pueden “mantener la boca cerrada”.

Sabemos que la información es poder y en caso de que surja el deseo de difundir información que no corresponde, es conveniente tener claro si se tiene una intención de ayuda real, o si al hacerlo se está buscando algún beneficio personal.



Este beneficio personal va desde el deseo de ser solidarios y con ello propiciar alguna retribución posterior por parte de nuestro interlocutor; o también podría darse que se busca incidir en conductas y relaciones que no son del interés directo, pero que busca generar poder o manipulación.

A la persona manipulada le puede surgir una necesidad de ser guiado, lo cual crea en el manipulador la sensación de poder o de “captar reflectores”. Cosa curiosa, ¿NO es así la política?

Cuando se habla de lo que no nos concierne, o de la poca veracidad que se tiene de algún hecho o evento, es tierra fértil para que crezcan y se propaguen chismes, rumores y malentendidos, en familias y organizaciones.

La situación o el evento que tiene afectación no se habla con quien la está creando, a esa afectación se le denomina “rutina defensiva” (comportamiento rutinario, cotidiano y que por algún motivo no se habla ya que puede tener alguna consecuencia no deseada al hacerlo), este malestar se habla con terceras personas.

Ejemplo de ello el radio pasillo, que emplea el “no le digas que yo te lo dije, como cuando un colaborador está descontento con su jefe por considerar que no está siendo tratado con respeto, o bien el familiar al cual no se le puede decir nada porque se exacerba y arremete con el miembro de la familia más cercano o con el eslabón más débil de la estructura familiar con lamentables rupturas familiares que pueden durar años en resolverse.


¿Cómo se pueden evitar?

Verificando la información. Revisar que la información que se tiene contenga más hechos que percepciones o juicios personales y por último que tengamos la responsabilidad directa sobre el tema.

Adicional a esto, si la información es de nuestra incumbencia, al comunicarla hacerlo con asertividad para una mayor efectividad en la expresión de aquello que se está afectando y en su caso establecer los límites de lo que es aceptable y lo que no lo es.


Esto dará la pauta para desarrollar procesos de retroalimentación. Un proceso de retroalimentación tiene que ser bien cuidado, ya que en muchos casos no es una práctica común y se confunde con crítica; cuando es así, puede generar culpa, vergüenza, sensación de incompetencia, etc. , provocando a la vez en la persona criticada respuestas agresivas, sumisas y por lo mismo no se desarrolla un proceso de entendimiento, aprendizaje y mejora.

Para que un proceso de retroalimentación sea efectivo, es conveniente señalar el problema y no a la persona, para suprimir esas prácticas decimos: “Duro con el problema suave con la persona”, es decir se busca la solución en los hechos, en la situación a resolver en lugar de buscar culpables, cuando se hace desde esta condición se aprende y se pueden fincar responsables para que estos errores no vuelvan a ocurrir.


Cuantas veces no ha ocurrido que en una discusión acalorada que al final de la discusión, las personas que se desgastaron y se molestaron terminan revisando que buscan lo mismo y que el problema es que no habían armonizado en el cómo resolverlo”.

Por otro lado, es posible que luego de una discusión, cuando se utilizan herramientas de negociación, se pueda llegar a soluciones más robustas, dado que de alguna forma pudieron observar otras perspectivas, llegando a acuerdos donde todos obtienen beneficios.

Concluyo, que la comunicación asertiva se mueve en relación del proceso de pasar de “el miedo al valor”, es atreverse a decir las cosas de forma directa, responsable y haciéndose cargo de lo que decimos, no se trata de decir las cosas sin filtro, habrá que pensar en el receptor de nuestro mensaje para buscar la mejor manera de decir las cosas, esto ampliará la competencia conversacional y los efectos emocionales que se derivan de la convivencia. ¡El lenguaje genera oportunidades, busquémoslas pues!


Marco S. Stone

Consultor y Coach

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